El renacimiento en
alguno de los seis reinos por lo general ocurre como resultado de la fuerza
ciega del karma, que genera la compulsión irrefrenable de recuperar el
territorio del ego.
Sin embargo, algunas personas renacen en los seis reinos
por una motivación diferente. Son individuos que, mediante la práctica espiritual,
han logrado una gran realización. En estas personas la inercia kármica que
lleva al renacimiento en el samsara se ha agotado total o casi totalmente y, a
menos que hubiera algún otro motivo, dejarían de renacer.
El budismo enseña que la comprensión de la realidad
siempre va acompañada de la compasión. A medida que se vislumbra la sabiduría,
cada vez con más claridad, surge un sentimiento más profundo de afecto y bondad
hacia los otros seres, y el desarrollo de la compasión lleva de manera natural
a la aspiración de ayudar a los seres sensibles que aún están atrapados en el
ciclo del nacimiento y la muerte. Los practicantes del budismo Mahayana
obedecen a esta aspiración, al tomar el voto del bodhisattva de continuar
renaciendo en el samsara hasta que todos los seres hayan alcanzado la
iluminación.
En los bodhisattvas más avanzados, dicho voto los hace seguir
renaciendo en los seis reinos, aun mucho después de que su compulsión egóica de
renacer ha cesado. Dado que el apego a la idea del ego ya no constituye el
“pegamento” que mantiene unido el “flujo de vida” del bodhisattva, debe ser
otra fuerza la que cumpla esa función: es la aspiración y el voto del
bodhisattva lo que mantiene unida la fuerza de la vida en una continuidad y lo
que le permite a él o ella seguir renaciendo.
Antes de su iluminación, el Buddha Shakyamuni era un
bodhisattva con ese alto nivel de realización y, a partir de él, ha habido
innumerables personas realizadas que también han decidido renacer motivadas por
la compasión. Algunas han sido budistas, otras no. Dentro del budismo, los
bodhisattvas renacidos han sido a menudo identificados y, en ocasiones, incluso
formalmente reconocidos. En la India, por ejemplo, se consideraba que los
grandes santos tántricos (siddhas) con frecuencia eran este tipo de
reencarnaciones (nirmanakaya) y surgió el concepto de linajes formalmente
reconocidos de encarnaciones sucesivas del mismo santo.
En otras palabras, el
santo moría, renacía y se le reconocía como la reencarnación del maestro
fallecido. Giuseppe Tucci menciona el caso del gran siddha (gran adepto
tántrico) Nagarjuna, como ejemplo. El concepto de un linaje reconocido de
encarnaciones sucesivas de un santo se desarrolló aún más en el Tibet, en la
tradición de los tulkus o lamas encarnados. Es conveniente examinar esta
tradición con más detalle, pues es un ejemplo primordial del concepto budista
de la reencarnación en los santos.
En la tradición Mahayana del Tibet, cuando una persona
santa moría, se creía que, por su voto de bodhisattva, renacería en el mismo
lugar o cerca del país para seguir trabajando en beneficio de todos los seres
sensibles. Después de pasado cierto tiempo de su fallecimiento, iniciaban la
búsqueda para encontrar su reencarnación. Una vez encontrado, el niño –en
ocasiones de apenas dieciocho meses de edad– era reconocido oficialmente. Si,
como a menudo sucedía, su predecesor había sido abad de un monasterio o grupo
de monasterios, se le instalaba de nuevo en su antigua posición y se le educaba
para que, cuando alcanzara la mayoría de edad, asumiera plenamente las
responsabilidades de su encarnación anterior.
La palabra tibetana tulku (drul-ku, o nirmanakaya en
sánscrito) está formada de dos partes: ku (kaya en sánscrito) y tul (drul;
nirmana en sánscrito). Ku es el término honorífico para un “cuerpo”, referido
no a un cuerpo ordinario, sino a uno puro, libre de ignorancia y neurosis. Tul
designa algo que es creado o modelado. Así, el término tulku o su
correspondiente sánscrito, nirmanakaya, denota un ser físico que ha alcanzado
la realización total y, estrictamente hablando, se refiere a la encarnación
humana de un buda totalmente iluminado. Por otra parte, la tradición tibetana
reconoce varios niveles de tulkus. Sólo los pocos que se encuentran en la
categoría más alta se considera que han logrado la iluminación (aunque, incluso
para ellos, la iluminación cósmica de un buda se encuentra aún muy lejos).
El primer capítulo de la vida de un tulku sumamente
realizado inicia, de hecho, con la muerte y la existencia después de la muerte
de su encarnación anterior. A diferencia de una persona común, cuando muere un
bodhisattva de gran realización no pierde la conciencia, sino que permanece en
un estado de paz y lucidez, en el cual las experiencias del bardo no se viven
como amenazas, sino como manifestaciones de la energía del ser. Al no sentir la
compulsión de renacer por el terror o el deseo, sino llevado por su compasión
hacia todos los seres sensibles, el bodhisattva de gran realización puede
elegir la situación en la que haya de proseguir su labor de ayudar a todos los
seres sintientes.
Dado que, en el budismo tibetano, los tulkus desempeñan un
papel central en la organización y la vida espiritual de la comunidad monástica
y de sus relaciones con los laicos, la localización de su encarnación se
considera de capital importancia. El reconocimiento de los tulkus se lleva a
cabo mediante un proceso multifacético. La parte más importante de éste es la
intuición de un gran guru, un maestro que posee una percepción libre de
obstrucciones y que, en ocasiones, conoció a la encarnación anterior, por lo
que, con solo mirar al niño, puede decir si es la auténtica reencarnación.
La
intuición también puede manifestarse a través de visiones o sueños.
Algunas veces, los responsables de reconocer a los tulkus
acuden a lugares sagrados en busca de tales visiones. Uno de estos lugares era
el lago Lamoi Lhato, cerca de Lhasa, famoso porque en él se obtenían diversos
tipos de visiones y guía espiritual. Por ejemplo, para el reconocimiento de Su
Santidad, el decimocuarto Dalai Lama, el regente viajó a ese lago y, durante su
meditación, tuvo una visión decisiva, que le permitió encontrar al nuevo Dalai
Lama.
Las intuiciones, sueños y visiones de los grandes gurus
constituyen la parte central del proceso de reconocimiento de las
reencarnaciones, pero también otros factores ofrecen indicios y confirmaciones
importantes. En ocasiones, los fenómenos que rodearon la muerte de la
encarnación anterior brindan pistas iniciales sobre dónde buscar a la nueva
encarnación; otras veces, la identificación de los tulkus es facilitada por las
indicaciones que deja un maestro antes de morir. Por ejemplo, entre los más
altos miembros de la orden principal de encarnaciones de Karmapa, es
tradicional que el maestro que va a fallecer deje una carta en la que, a veces,
revela información muy precisa sobre la identidad que tendrá en su próxima
encarnación y sobre cómo puede ser hallado.
Asimismo, los padres de una encarnación pueden ofrecer
indicios importantes. Se dice que cuando la conciencia de un tulku entra en el
vientre de su futura madre ocurren fenómenos inusuales. Por ello, a la madre de
un niño que se cree puede ser un tulku se le pregunta si experimentó algo
excepcional en el momento de la concepción de su hijo. Así, por ejemplo, una
pastora humilde del este del Tibet, que fue madre de un tulku, manifestó que el
día de la concepción había soñado que un ser entraba en su cuerpo, como un rayo
de luz.
También se dice que cuando un tulku nace ocurren
fenómenos inusitados, por lo que los padres, parientes y vecinos de la aldea
anotan cualquier suceso extraño que hayan presenciado durante el nacimiento del
posible tulku. Pueden ocurrir fenómenos como la floración de las plantas fuera
de estación, la aparición de un arcoiris en el cielo, la transformación de la
leche en agua, o que los parientes tengan sueños inusuales.
En sus primeros años de vida, los pequeños tulkus suelen
mostrar conductas poco comunes, como reconocer y mostrar afecto por los amigos
y discípulos de su encarnación anterior; saber, sin haber sido enseñados, cómo
se realizan ciertos actos rituales y tradicionales; o permanecer sentados y sin
hablar durante largos periodos. Quienes deben establecer la autenticidad de un
tulku tienen que indagar si hubo ese tipo de fenómenos.
Una vez que existe cierta certeza de que se ha localizado
a una encarnación, la persona es sometida a diversas pruebas para determinar si
es capaz de identificar correctamente los objetos que pertenecían a su
encarnación anterior. Chögyam Trungpa Rinpoché platicaba la forma en que había
sido puesto a prueba, a los dieciocho meses de edad: “Pusieron frente a mí
pares de objetos iguales y, en cada ocasión, elegí el que había pertenecido al
décimo tulku Trungpa; entre ellos había dos bastones y dos rosarios; también
había pequeños pedazos de papel con nombres escritos en ellos y, cuando me
preguntaron en cuál de ellos estaba escrito su nombre, escogí el correcto.”
De manera similar, al futuro decimocuarto Dalai Lama se
le mostraron dos rosarios negros, dos rosarios amarillos, dos tambores rituales
y dos bastones. Uno de cada par había pertenecido al Dalai Lama anterior y, sin
fallar, el pequeño niño eligió los objetos correctos.
Una vez reconocido, el nuevo tulku por lo general es
llevado a su monasterio, junto con su madre, si es demasiado pequeño. Ahí
recibe varios tipos de entrenamiento. Se nos ha dicho que, en el caso de tulkus
excepcionalmente realizados, el proceso de enseñanza a veces se asemeja más a
un mero acto de recordar algo ya conocido, que al aprendizaje de algo nuevo. El
Dalai Lama nos relató que, cuando tomó el rosario y el tambor ritual de su
encarnación anterior, de inmediato se colgó el rosario en el cuello y empezó a
tocar el tambor, haciendo ambas cosas de la manera prescrita. También afirma
que, en ocasiones, los pequeños tulkus son capaces de cantar textos que no
habían aprendido antes, al menos en su vida presente. Asimismo, Trungpa
Rinpoché relataba que, cuando llegó el momento de que aprendiera el alfabeto
tibetano, pudo dominarlo por completo en una sola lección.
En el contexto budista, este tipo de fenómenos se
consideran manifestaciones naturales de la claridad y conciencia que conservan
los tulkus a lo largo de las experiencias de la muerte, el estado intermedio y
el renacimiento. La gente común podría tener recuerdos similares de sus vidas
previas, salvo que la muerte y el proceso sucesivo que lleva al renacimiento se
experimentan como terroríficos y traumáticos, por lo que se bloquea el recuerdo
de la existencia anterior.
FUENTE: Budismo Tibetano en España...
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