domingo, 23 de septiembre de 2012

¡¡¡...CONÓCETE A TI MISMO...!!!

Preparar el terreno para desarrollar una visión penetrante
 
Al inicio de la práctica, sé entusiasta como un ciervo atrapado en una jaula de la que desea escapar.
 
A medio camino sé como un agricultor durante una cosecha que no puede esperar.
 
Al final sé como el pastor que ha traído el rebaño de vuelta a casa.
 
—Paltrul Rinpoche, Palabras sagradas
 
¿Qué es lo que provoca tantos problemas en el mundo? Nuestras propias emociones contraproducentes. Una vez generadas, nos perjudican no solo a un nivel superficial sino también en profundidad. Las emociones dañinas no producen más que problemas de principio a fin. Si intentáramos contrarrestar cada una de ellas individualmente, nos veríamos inmersos en una lucha interminable. Así pues, ¿cuál es la causa fundamental de las emociones dañinas y cómo podemos abordarla más provechosamente?
 
En las muchas escrituras de Buda encontramos descripciones de prácticas destinadas a contrarrestar el deseo, como por ejemplo meditar sobre lo que yace bajo la piel: carne, huesos, órganos, sangre, desechos sólidos y orina. Tales reflexiones sofocan temporalmente el deseo, pero no hacen lo mismo con el odio. Y lo mismo sucede a la inversa: las prácticas destinadas a debilitar el odio, como cultivar el amor, no curan el deseo.
 
Estas prácticas, como las medicinas empleadas para contrarrestar una enfermedad específica, no tratan otras enfermedades. Sin embargo, dado que todas las emociones contraproducentes se basan en el desconocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas, las prácticas que enseñan cómo superar esa ignorancia permiten debilitar todas las emociones nocivas. El antídoto contra la ignorancia es eficaz para todos los problemas. He ahí el extraordinario poder de la visión penetrante.
 
Para desarrollar una visión penetrante de la verdadera naturaleza de todo lo que existe —nosotros, los demás y las cosas—, es preciso estudiar primero detenidamente las enseñanzas espirituales y pensar en ellas una y otra vez. Esto es fundamental, ya que es imposible generar un estado que nos permita penetrar en la realidad si no corregimos antes nuestras ideas erróneas sobre la existencia.
 
Reconocer la Ignorancia
 
Para poder desarrollar una visión penetrante primero hay que reconocer la ignorancia. La ignorancia, en este contexto, no es solo la falta de conocimiento, sino la percepción equivocada de la naturaleza de las cosas. Dicha percepción da por hecho, erróneamente, que las personas y las cosas existen en sí mismas y por sí mismas, por su propia naturaleza. No es un concepto fácil de asimilar, pero es sumamente importante reconocer lo erróneo de esta percepción, pues es la fuente de emociones destructivas como el deseo y el odio.
 
En el budismo se suele hablar de la vacuidad, pero es imposible comprender esta sin ver primero que la existencia intrínseca que atribuimos a las cosas es errónea. Es preciso reconocer —al menos de forma aproximada— qué es lo que atribuimos equivocadamente a los fenómenos, antes de poder comprender la vacuidad que hay en su lugar. Ese es el principal tema de este libro: comprender cómo existimos realmente, cómo somos realmente sin el revestimiento de la falsa imaginación.
 
Las muchas enseñanzas de Buda tienen como objetivo la liberación de la existencia cíclica —con su incesante paso de una vida a otra— y la consecución de la omnisciencia. La ignorancia es la causa de cuanto se interpone en el camino hacia esos logros. La ignorancia nos ata al sufrimiento, de modo que es preciso reconocerla claramente. Para ello debemos considerar cómo aparece en la mente esta falsa cualidad de existencia intrínseca, cómo la mente la acepta y cómo basa tantas de sus ideas en este error fundamental.
 
La ignorancia no es solo diferente del conocimiento, sino lo opuesto al conocimiento. Los científicos dicen que cuanto más de cerca examinamos las cosas, más probabilidades hay de que encontremos un espacio vacío. Al depender de las apariencias, la ignorancia atribuye a las personas y las cosas una concreción que, en realidad, no tienen. La ignorancia quiere hacernos creer que estos fenómenos existen por sí mismos, y guiados por ella nos parece que lo que vemos a nuestro alrededor existe de manera independiente, sin depender de otros factores, pero no es así. Al dar a las personas y las cosas que nos rodean esa posición exagerada, nos vemos arrastrados hacia toda clase de emociones desaforadas y, a la larga, dañinas.
 
Reconocer esta falsa apariencia de las cosas y reconocer nuestra tácita aceptación de esta ilusión es el primer paso para comprender que nosotros y el resto de los seres, así como los objetos, no existimos como parece, no existimos de forma tan concreta y autónoma. El proceso de llegar a evaluar con exactitud lo que somos realmente requiere que nos percatemos de la discrepancia entre cómo aparecemos en nuestra mente y cómo existimos en realidad. Y lo mismo en el caso de las demás personas y los demás fenómenos del mundo.
 
REFLEXIÓN MEDITATIVA
 
Considera lo siguiente:
 
Todas las emociones contraproducentes se basan en la ignorancia de la verdadera naturaleza de las personas y las cosas.
 
Hay formas concretas de inhibir temporalmente el deseo y el odio, pero si debilitamos la ignorancia que percibe de forma errónea nuestra naturaleza, la de los demás y la de todas las cosas, todas las emociones destructivas se debilitarán.
 
La ignorancia considera que los fenómenos —que en realidad no existen en sí mismos ni por sí mismos— existen independientemente del pensamiento.
 
Descubrir la fuente de los problemas
 
Atraída por la luz y el calor, la palomilla vuela hacia la llama. Sorprendido por el sonido de una guitarra, el ciervo no repara en el cazador. Seducido por el olor de una flor, el bicho queda atrapado en su interior. Apegado al sabor, el pez se precipita hacia el anzuelo. Impulsado al fango, el elefante no puede escapar.
 
—Paltrul Rinpoché, Palabras sagradas
 
Nuestros sentidos contribuyen a aumentar nuestra ignorancia. Para la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto los objetos parecen existir por sí mismos. Al recibir esta información distorsionada, la mente aprueba esta categoría exagerada de las cosas. Los budistas llaman «ignorante» a esta mente por aceptar esa falsa apariencia en lugar de rechazarla. La mente ignorante no se pregunta si las apariencias son correctas o no; sencillamente acepta que las cosas son como parecen.
 
A renglón seguido, aceptamos la realidad aparente de la naturaleza concreta de los objetos pensando: «Si esto no es real, ¿qué lo es?». De ese modo, nuestra percepción errónea e ignorante se afianza. Por ejemplo, cuando tropezamos por primera vez con algo o alguien agradable, reparamos brevemente en el objeto, limitándonos a reconocer su presencia. La mente, en esta fase, es bastante neutral. No obstante, cuando las circunstancias nos instan a prestar mayor atención al objeto, parece que su atractivo sea parte integral del objeto. Cuando la mente acepta el objeto de ese modo —pensando que existe tal como aparece— puede surgir el deseo por el objeto y el odio por aquello que obstaculiza su obtención.
 
Cuando nuestro propio ser está implicado, reforzamos esa conexión: ahora es «mi cuerpo», «mis cosas», «mis amigos» o «mi coche». Exageramos el atractivo del objeto, minimizando sus defectos y desventajas, y nos apegamos a él como fuente de placer, de manera que nos vemos arrastrados hacia el deseo como si nos tiraran de una anilla en la nariz.
 
También puede darse el caso de que exageremos la fealdad del objeto, convirtiendo algo sin importancia en un gran defecto y pasando por alto los aspectos positivos, de manera que ahora vemos el objeto como algo que obstaculiza nuestro placer, lo cual nos arrastra hacia el odio, de nuevo como si tiraran de nosotros por una anilla en la nariz. Incluso cuando el objeto no parece ni agradable ni desagradable sino algo intermedio, la ignorancia sigue prevaleciendo, si bien en este caso no genera deseo ni odio. Como dice el yogui y erudito Nagarjuna en sus Sesenta razonamientos:
 
¿Cómo no van a surgir grandes emociones perniciosas en aquellos cuya mente se fundamenta en la existencia intrínseca? Hasta cuando el objeto es corriente, la serpiente de las emociones destructivas les oprime la mente.
 
Las concepciones burdas del «yo» y lo «mío» provocan emociones destructivas aún más burdas, como la arrogancia y la agresividad, lo que genera problemas al que las experimenta, a su comunidad e incluso a su nación. Es preciso reconocer esas ideas erróneas observando la propia mente. Como el pensador y yogui indio Dharmakirti dice en su exposición del pensamiento budista:
 
En aquel que exagera el ser hay siempre adhesión al «yo». Debido a esa adhesión hay apego al placer. Debido al apego se ocultan las desventajas y se ven las ventajas, lo que refuerza el apego y hace ver los objetos «míos» como medios de obtener placer. Por tanto, mientras tengas adhesión al «yo», girarás en la existencia cíclica.
 
Es crucial reconocer los diferentes procesos del pensamiento. Algunos pensamientos simplemente nos hacen conscientes de un objeto, como ocurre cuando vemos un reloj como un sencillo reloj, sin emociones nocivas como el deseo. Otros pensamientos determinan correctamente que un objeto es bueno o malo pero no generan emociones nocivas; esos pensamientos únicamente reconocen lo bueno como bueno y lo malo como malo. No obstante, cuando se asienta la idea de que los objetos existen por sí mismos, la ignorancia fundamental ha hecho acto de presencia. Cuando la suposición errónea de la existencia intrínseca gana fuerza, surge el deseo o el odio.
 
El momento crucial en que pasamos de ser meramente conscientes a la percepción errónea se produce cuando la ignorancia exagera la cualidad positiva o negativa del objeto, de modo que acabamos viéndolo intrínsecamente bueno o malo, intrínsecamente atractivo o desagradable, intrínsecamente bonito o feo. Cuando, llevados por la ignorancia, aceptamos esta falsa apariencia como un hecho, abrimos el camino al deseo, el odio y muchas otras emociones contraproducentes. Estas emociones destructivas conducen, a su vez, a acciones basadas en el deseo y el odio, las cuales establecen en la mente las predisposiciones kármicas que dirigen el proceso de la existencia cíclica de una vida a otra.
 
El Origen de la Existencia Cíclica
 
Acabo de describir el proceso de cómo nuestra propia ignorancia nos destruye y cómo, vida tras vida, permanecemos sujetos a esa rueda de sufrimiento que llamamos «existencia cíclica»; algunos niveles mentales que normalmente consideramos correctos son, en realidad, exageraciones de la posición de las personas y las cosas, lo cual nos genera problemas a nosotros y a los demás. La ignorancia nos impide ver la realidad, el hecho de que la gente y demás fenómenos están sujetos a las leyes de causa y efecto, pero no tienen un ser esencial que exista de forma independiente.
 
Es preciso reconocer este proceso lo más claramente posible, comprender cada vez mejor la secuencia que comienza con la observación desapasionada y culmina con emociones y acciones contraproducentes. Sin ignorancia, las emociones contraproducentes son imposibles, no pueden producirse. La ignorancia es su respaldo. Por eso Aryadeva, erudito, yogui y discípulo indio de Nagarjuna dice:
 
Igual que la capacidad de sentir está presente en todo el cuerpo, la ignorancia mora en todas las emociones dañinas. Por tanto, todas las emociones dañinas se superan superando la ignorancia.
 
REFLEXIÓN MEDITATIVA
 
Considera lo siguiente:
 
1. ¿El atractivo de un objeto parece inherente a él?
2. ¿El atractivo de un objeto oculta sus defectos y desventajas?
3. ¿La exageración del atractivo de ciertos objetos conduce al deseo?
4. ¿La exageración de la fealdad de ciertos objetos conduce al odio?
5. Observa cómo:
  • Primero percibes un objeto.
  • Luego observas que el objeto es bueno o malo.
  • Luego concluyes que el objeto existe de forma independiente.
  • Luego concluyes que ese atributo bueno o malo es inherente al objeto.
  • Luego generas deseo u odio conforme a tus juicios previos.
 
Tomado de Conócete a ti mismo tal como realmente eres, Dalai Lama, Grijalbo Traducido por Matuca Fernández de Villavicencio.

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