Jung se acercará al budismo y a
ciertas formas de religiosidad y filosofía orientales, si bien asumirá como
útiles o validos algunos de sus componentes –por ejemplo, la idea de “mandala”
entendida como representaciones de la mente- no se dejará absorber por ese
pensamiento. Sin ir más lejos marcará sus diferencias con la idea budista de la
renuncia al “yo” o, mejor dicho, de la “ilusoriedad” del “yo”.
No es tanto a la idea de
transitoriedad a la que se opone Jung sino a la de la negatividad “per se” del
“yo” y, con él, del “ethós”. Así Jung dirá respecto al concepto de liberación
como aniquilación del “yo”, lo siguiente:
"Para mí no existe
liberación a tout prix. No puedo liberarme de nada que no posea o no haya
experimentado o realizado todavía. La liberación verdade...ra
será sólo posible cuando haya hecho lo que podía hacer, cuando me haya dedicado
completamente o tomado parte totalmente. Si prescindo de mi participación,
amputo en cierto sentido la parte correspondiente de mi alma.”
“(…)Un hombre que no haya
pasado por el infierno de sus pasiones no las habrá dominado todavía. Las
pasiones se encuentran entonces en la casa contigua y, sin que él lo advierta,
puede surgir una llama y pasar a su propia casa. En cuanto uno se abandona
demasiado, se posterga o casi se olvida, existe la posibilidad y el peligro de
que lo abandonado o pospuesto vuelva con redoblada fuerza"
(C.G. Jung, Recuerdos,
sueños, pensamientos, Editorial Seix Barral, pág. 164)
Le interesaba sobremanera la
colaboración entre el Oriente y el Occidente en relación a los caminos de
crecimiento personal ofrecido por ambos. Es sorprendente la capacidad
perceptiva demostrada por Jung en sus comentarios sobre el budismo tibetano, la
India y el yoga, el taoísmo y la meditación zen.
No sólo era capaz de
comprender lo que para la mayoría de la gente occidental de su época eran sólo
experiencias extrañas, sino que consigue relacionarlas con perspectivas
occidentales de naturaleza semejante. Resulta difícil valorar en su totalidad
estos comentarios que aparecen generalmente en prefacios a libros de alumnos y
amigos suyos.
Realmente, desempeñó un papel significativo en la introducción de
las religiones orientales en el público occidental. Su influencia, ciertamente,
ha ayudado a que en Occidente se aprecien la religión y el pensamiento
oriental. Eso no impidió que él - con extraordinario buen juicio - nos
previniera contra la adopción indiscriminada de religiones extranjeras
acompañada del abandono de los fundamentos occidentales.
«Quiero hacer una
advertencia muy especial contra el intento de imitar las prácticas y
sentimientos orientales. Nada bueno surgirá de ello, a no ser una anulación
artificial de nuestra inteligencia occidental. No pueden ni deben abandonar su
comprensión occidental: más bien deberían acudir a ellas (estas prácticas) sin
imitaciones ni sentimentalismos, para comprender en la medida que es posible a
la mente occidental».
Una gran mayoría de los
jóvenes occidentales que se fascinaron con las disciplinas orientales, al
empezar a someterse a
ellas, se desalentaron al darse cuenta de todo el esfuerzo y la devoción que se
necesitaba durante un largo período de tiempo en el que no se producían los
resultados que ellos esperaban. Otros se rapaban la cabeza o usaban extrañas
coletas, además de estrafalarias vestiduras, sin que dieran muestras de algún
apreciable progreso en su crecimiento personal. Por otra parte, ha habido
cierto número de gente que sí ha sido capaz de sumergirse en técnicas y puntos
de vista orientales, no sólo sin ningún riesgo para su salud psíquica, sino con
una expansión del conocimiento de sí que no habría sido posible adquirir de
otra manera.
Estas excepciones positivas
no contradicen las advertencias de Jung. El no se equivocaba al señalar que la asimilación
de un punto de vista extranjero, con la consiguiente pérdida de las raíces
propias, no es una propuesta demasiado atractiva. Lo ideal es - además de
mantenerse en lo propio y aplicar la crítica y actitudes peculiares del
occidental a nuestra interioridad - tener en consideración, y procurar
comprender, filosofías basadas en concepciones opuestas a las habituales como
una manera de alcanzar así una totalidad más integrante. Quienes han leído la
autobiografía de Jung recordarán cómo en un sueño descubrió que él era un yogui
en profunda meditación, meditando la vida que el soñante vivía.
Este equilibrio entre
Oriente y Occidente fue exactamente lo que Jung mantuvo durante su larga vida.
En sus escritos mantuvo una actitud científica estricta, pero apreciando y
honrando siempre el material psicológico que tenía entre manos. Nunca abandonó
la religión de su nacimiento y sus ancestros, por muy amplias que fueran sus
apreciaciones sobre las religiones orientales, las que se contraponían con la
fe aceptada por la sociedad de su época. Era un ser ecuménico en el sentido más
profundo de la palabra. Sus conexiones psicológicas eran múltiples.
En algunos
de sus sueños aparecían experiencias del politeísmo griego, del judaísmo y del
cristianismo. En otros, había temas hindúes, budistas, alquímicos o gnósticos.
Jung fue quizás el primer hombre moderno que «habiendo perdido su alma», la
encontró en su experiencia individual, pero conservando sus lazos con las
religiones del pasado. El explicaba la etimología de «religio» como
«observación cuidadosa de lo numinoso», pero su actitud vital se conectaba más
con el otro posible origen de la palabra, que significa «enlazando hacia
atrás». Jung se comunicaba plenamente con el pasado, en forma histórica y
psicológica, con gran respeto.
Todas las religiones del
mundo, incluído el budismo, parecen desarrollar sus ramas de fundamentalismo,
tradicionalismo, misticismo, libertad del individuo y conversión. Esta variedad
refleja los distintos aspectos del alma. La psicología junguiana se ha mostrado
receptiva a esta variedad, ocurra ella de manera individual o colectiva.
«Dejemos que el alma hable por sí misma», decía Tertuliano. Esta actitud nos
permite comprender la voz del alma en el pasado. Desde ese pasado hay algo
nuevo surgiendo de la psiquis, otra manera de aproximarse a lo numinoso.
Esta
nueva experiencia de lo divino se encontraría en la reconciliación entre las
religiones del mundo y en su capacidad de comunicarse con un nuevo contenido.
Esto, que ha surgido independientemente en Jung, y otros, es una especie de
actitud psico-religiosa, cuyas características son: lo divino nos trasciende a
todos, diversos caminos llevan a él, todos son valiosos, ninguno es mejor que
otro, ninguno necesita trascenderse, todas las religiones tienen su origen en
la naturaleza del alma y en cómo se manifiesta en ella lo divino. Hay
seguramente una visión hindú, una visión budista, judía o cristiana, pero, por
sobre todas las cosas, es una visión unificadora.
La naciente «ecumenización»
de la humanidad parece traer consigo regalos valiosos. Uno de ellos es un punto
de vista psicológico que nos permite experimentar lo divino desde múltiples
ángulos y permite también la reflexión y las preguntas. Parte de este regalo ya
nos ha sido concedido, gracias al trabajo de Jung; pero también está surgiendo
del inconsciente de mucha gente algo parecido a lo que todas las grandes
religiones esperan: que cuando todos nos hallemos en armonía con la Presencia
Divina, Ella se manifestará entre nosotros.
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