domingo, 19 de agosto de 2012

LAS NUEVE CONSCIENCIAS

 COMPROBANDO LAS PROFUNDIDADES DE LA VIDA

Cada ser viviente depende para sobrevivir de su habilidad para percibir la naturaleza de lo que le rodea y reaccionar conforme a ello. Por ejemplo, muchas plantas sobreviven al riguroso invierno más que nada porque tienen la habilidad para adaptarse al diferente clima del invierno y el verano; por dar un ejemplo, los árboles de hoja caduca, perderían humedad a través de sus largas hojas en invierno, por lo tanto, se despojan de ellas. Los árboles desde luego no tienen termómetros para consultar, aún así, pueden detectar los cambios de temperatura y actuar conforme a ellos.

En forma similar, los seres humanos tienen la habilidad para detectar lo que es comestible y lo que no.  Por ejemplo, usted podría ver un tazón con frutas de cera. Sin embargo, por más tentadora que parezca la falsa fruta, usted puede generalmente decir que está hecha de cera con solo verla; si su vista fallara, su sentido del olfato inevitablemente terminaría con el equívoco. Finalmente, si su sentido del olfato y su sentido del tacto fallaran, podría probar una fruta de imitación y, desde luego, al darse cuenta que es de cera, la escupiría. Este es sólo un ejemplo trivial de la forma en la cual la acción de distinguir o percepción es el medio fundamental mediante el cual los seres vivientes se pueden mantener vivos.

En sánscrito esta habilidad de percepción, comprensión o discernimiento, es llamada vijnana. Generalmente la palabra se traduce como “consciencia”; aunque esta es una traducción razonable, debemos darnos cuenta que, al utilizar el término “consciencia” en este sentido, nos estamos refiriendo a algo más bien distinto a lo que la palabra significa usualmente.

La función de vijnana fue incluida por el Buda Shakyamuni entre los cinco componentes – forma, percepción, concepción, volición y consciencia – los cuales, todos juntos, conforman un ser viviente. Shakyamuni desarrolló el concepto de los cinco componentes como un medio para analizar la vida de los seres sensibles con relación a su mundo. Cada individuo interactúa en relación con su medio ambiente: asimila la información que requiere de sus alrededores y se ajusta conforme a ella. Esta es, entre las funciones vitales de “consciencia”, la que analizaremos en este capítulo.

El funcionamiento de la Consciencia

La consciencia opera a diferentes niveles. La doctrina budista de las nueve consciencias, desarrollada en las escuelas T’ien-t’ai y Juan-yen de la China del siglo sexto, y a la cual se le dio un nuevo significado en el budismo de Nichiren Daishonin, analiza los varios estratos de consciencia y así aclara todo el espectro de la operación de la vida misma.

Desde los últimos años del siglo XIX en el mundo occidental se han hecho intentos para explorar los diferentes niveles de la consciencia humana; estos intentos se han manifestado como el desarrollo de las ciencias del psicoanálisis y la psicología profunda. También las ciencias de la neurología y la neurofisiología, en su análisis de la estructura de la corteza cerebral, espacio donde residen nuestras actividades mentales superiores, ha buscado examinar objetiva o inductivamente funciones tales como las sensaciones, las emociones, la comprensión y la memoria con relación con el funcionamiento del cerebro.

En contraste, el budismo busca examinar las profundidades de nuestra vida en una forma más intuitiva, deductiva.

Aunque la ciencia occidental y el budismo pudieran diferir de alguna forma en sus objetivos y concepciones básicas, sus diferentes métodos – una mediante el análisis objetivo, el otro a través de la investigación subjetiva – se relacionan en que ambos intentan atacar el problema de los estratos discordantes de la vida o conciencia. En este sentido, la teoría budista de las nueve consciencias tiene una importancia comparable y análoga a algunas de las hipótesis de la investigación científica moderna.

Las primeras cinco de las nueve conciencias corresponden a la noción convencional de los cinco sentidos – vista, oído, olfato, gusto y tacto. Estos nacen como resultado del contacto de los cinco órganos sensoriales – ojos, oídos, nariz, lengua y piel – con los objetos respectivos. Los cinco órganos sensoriales son medios a través de los cuales el mundo exterior se conecta con el interior, y están considerados como elementos del primero de los cinco componentes, la forma, el aspecto físico de la vida.

Para entender cómo la forma se relaciona con los otros cuatro componentes, usemos una metáfora. Imagínese que va dando un paseo por una angosta calle y que escucha el sonido de un motor. Voltea a su alrededor y ve que se aproxima un camión de carga. La acción de ver, escuchar o percibir cualquier cosa a través de uno o más de los cinco sentidos corresponde al segundo de los cinco componentes; la percepción. Juzgar si es seguro o no dejar que te rebase el camión estando en una calle tan angosta es la función del tercer componente; la concepción. La decisión de hacerse a un lado o de seguir caminando involucra la decisión de actuar basándose en el juicio que usted hizo: esta voluntad de actuar es el cuarto componente: la volición (o voluntad). La consciencia, el quinto de los componentes, puede ser considerada como el componente que integra la percepción, la concepción y la voluntad en relación con la forma – esto es, con los cinco órganos sensoriales y sus objetos respectivos.

Adicionalmente, cada uno de los órganos sensoriales posee – de acuerdo con el budismo – una conciencia propia. ¿Qué queremos decir exactamente cuando decimos que un órgano sensorial tiene “consciencia”?. Bueno, en términos fisiológicos los órganos sensoriales no pasan al cerebro todo lo que perciben; más bien, seleccionan las cosas importantes y sólo éstas son transmitidas al cerebro. Por ejemplo, cuando caminamos y con respecto a la conciencia de los ojos, nos estamos refiriendo a su capacidad de discernimiento, su capacidad para seleccionar. Digamos que hemos perdido las llaves y estamos buscándolas desesperadamente. Lo usual en este tipo de situaciones, es que se encuentran justo en el centro de la mesa de la sala, pero aún así, no las vemos. Sin embargo, aunque las busquemos como locos, las llaves siguen perdidas porque nuestros ojos “seleccionan” la información que le enviarán al cerebro. Debido a que estamos convencidos de que las llaves no pueden estar en el centro de la mesa de la sala – porque “ya les habríamos visto si ahí estuvieran” – la información que recogen nuestros ojos, de que es ahí exactamente donde están las llaves, no es divulgada a nuestro cerebro.

Los ojos perciben imágenes, los oídos sonidos, la nariz olores y así respectivamente. La función de la consciencia que integra a estos sensores de entrada para formar imágenes coherentes y distinguir entre los diferentes objetos es la sexta consciencia.

O, para enfocarlo desde otro ángulo, podemos ver las primeras seis consciencias como funciones que emergen en respuesta a los fenómenos y al mundo exterior de todos los días. Podemos reconocer fácilmente el funcionamiento de las seis consciencias ya que operan en la “superficie externa” de nuestra mente – es decir, en el terreno del consciente. Todas las seis están siempre cambiando en respuesta a su constante interacción con lo que nos rodea, y aún así no existe discontinuidad en su funcionamiento de un momento a otro, por lo tanto es fácil para nosotros caer en la trampa de creer que poseemos un yo incambiable – y quizá hasta que este yo supervisa y controla a las seis consciencias. Esta función que produce un sentido de yo permanente es llamada la séptima consciencia, o consciencia mano. La palabra mano se deriva de la palabra sánscrita manas, que significa mente, intelecto o pensamiento, y el nombre de esta consciencia proviene del hecho de que realiza la acción de pensar.

Diferente  de la sexta consciencia, que tiene por objeto las diversas circunstancias de la vida diaria y opera en respuesta a ellas; la consciencia mano opera desde dentro, por su propia cuenta y en forma bastante independiente de cualquier circunstancia externa. Representa el reino del pensamiento abstracto y analiza el mundo interior; por ejemplo, distinguiendo lo falso de lo verdadero. Es gracias al poder de la consciencia mano que distinguimos entre el bien y el mal, que somos capaces de reflexionar sobre nuestro comportamiento, de decidir si algo vale la pena o no, y de decidirnos a mejorar nuestros estándares de conducta. La enseñanza de Sócrates, “conócete a ti mismo” podría haber sido un intento de despertar esta consciencia en sus contemporáneos. Por lo tanto, la consciencia mano puede ser vista como el indicador del funcionamiento del pensamiento de la gente que ya dejó de estar esclavizada a los asuntos inmediatos pero puede ver el funcionamiento de la vida diaria en el mundo con un franco desapego, buscando comprender la verdad que subyace a todas las cosas.

Otra característica de la consciencia mano es un fuerte apego al yo, de hecho, además del pensamiento abstracto y la reflexión, la función básica de esta consciencia es el apego al propio ego. Por lo tanto, se dice que la consciencia mano está siempre acompañada por cuatro tipos de ilusiones: la ilusión de que el yo es absoluto e incambiable; la ilusión que nos lleva a las teorías que sostienen que el yo es absoluto e incambiable; la ilusión que nos lleva a la vanidad y la ilusión que nos lleva al apego al yo. Por lo tanto, esta consciencia tiene la tendencia de confinarnos dentro del marco de nuestro propio ego y con esto nos induce a la arrogancia y al egoísmo. En suma, mientras la consciencia mano se refiere al escenario de la razón, simultáneamente se considera que está invariablemente manchada por los engaños referentes al yo.

El apego al yo originado en la séptima consciencia es muy diferente del conocimiento del yo que formamos como resultado del funcionamiento de las primeras seis consciencias. En algún momento entre los siglos tercero y primero antes de Cristo, las escuelas Abidharma del budismo hinayana propagaron la idea de que la sexta consciencia era la base máxima de la vida y que las primeras cinco eran sus funciones específicas. Sin embargo, esta teoría se fue modificando mediante distintas corrientes. Por ejemplo, ya que las funciones de las seis consciencias nacen como respuesta a las circunstancias externas, nos encontramos con el problema de que, entonces dónde radica la continuidad del sujeto que pasa por los ciclos de nacimiento y muerte.

Sin embargo en los siglos cuarto o quinto después de Cristo, la escuela Consciencia Única del budismo Majayana resolvió esta dificultad postulando la existencia de la consciencia mano, sosteniendo que operaba bajo el nivel de las seis consciencias. En contraste con las funciones de las primeras seis consciencias, los budistas consideran que las funciones de la consciencia mano no se ven afectadas por los eventos externos. Podemos ver este tipo de cosas en operación cuando una persona, quizá debido a un accidente, queda en estado de coma; a pesar de que la persona se encuentra totalmente inconsciente, aún así sigue respirando y haciendo esfuerzos para mantenerse con vida. Por lo tanto, la consciencia mano representa una consciencia del yo muy profunda e inconsciente.

Con la consciencia mano nos empezamos a mover a un terreno más allá de la mente consciente. Sin embargo, sería un error pensar que las funciones de la consciencia mano se ubican totalmente dentro del inconsciente. Sus poderes de razonamiento, como los de las seis consciencias, son un fenómeno de la “superficie externa” de la mente, por ejemplo la consciencia. Aún así, podemos ver a la consciencia mano como un tipo de fase transitoria que atraviesa la frontera entre lo consciente y lo inconsciente.

En occidente el conocimiento sobre el inconsciente ha avanzado hasta cierto punto a través de la ciencia de la psicología profunda. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, postuló el concepto de la inconsciencia individual y desenterró buena evidencia a favor de su teoría de que la represión sexual y la agresividad traen como consecuencia la histeria y otras neurosis. Sin embargo en términos del budismo, la sexualidad, la agresividad y otras tendencias instintivas que se manifiestan a través de la consciencia mano, son definidas como “deseos mundanos”, tales como la avaricia, la ira y la estupidez. Estas tres – los “tres venenos” – son considerados como pasiones ilusas fundamentales las cuales dan lugar a otras que de ellas se derivan, como ya lo hemos visto.

La ira por ejemplo, da lugar a la indignación, el odio, la aflicción, los celos y la irritabilidad; la avaricia trae como consecuencia la miseria, la arrogancia y el deseo de ocultar nuestros defectos personales; y la estupidez, con la cual nos referimos a la ignorancia de la verdadera naturaleza de la vida, nos lleva a venenos derivados tales como la decepción y la adulación.

La consciencia mano podría dar lugar a falsas ilusiones, aún así, tiene cualidades positivas; por ejemplo, la buena fe, la cual sienta las bases para la confianza mutua entre los seres humanos; la capacidad de arrepentimiento o la auto-reflexión, además, acelera nuestra conducta para llegar a un nivel más alto de moralidad; también corresponden a esta consciencia mano las facultades intelectuales de concentración, sabiduría, devoción y perseverancia. 

El inconsciente

Conforme se ha dicho, la consciencia mano combina las funciones del pensamiento que han roto los confines de la mera reacción a los asuntos inmediatos con un fuerte conocimiento inconsciente del yo. La definición de consciencia mano nos da la clave de hacia dónde buscar la continuidad del sujeto que percibe, piensa y más; pero falla en proporcionarnos la solución al problema de cómo el karma, que nos predispone a ciertos patrones de pensamiento y de conducta, se transmite y opera del pasado al presente y hacia el futuro.

Ya que la noción de la consciencia mano no puede resolver estos problemas, la escuela “Consciencia Única” propuso que existía un octavo estrato de consciencia, la consciencia alaya, la cual dijeron que se encontraba en un estrato aún más profundo que la consciencia mano. Se cree que es la consciencia alaya la que experimenta el ciclo de nacimiento y muerte. La palabra sánscrita alaya significa vivienda o receptáculo, y la consciencia alaya obtiene su nombre debido a que todas nuestras acciones -–incluyendo los pensamientos, las palabras y los sentimientos, todo aquello que se manifiesta a través de las funciones de la séptima consciencia – se graban momento a momento en el reino inconsciente de la consciencia alaya como energía que tiene el potencial de influenciar el futuro; estas impresiones son llamadas “semillas”, por lo tanto el reino de la consciencia alaya algunas veces se describe como “almacén de consciencia” o como el “depósito de las semillas”. Cuando aquí hablamos de “semillas” pensamos en ellas en forma análoga a una planta que echa ramas y hojas: las semillas en la consciencia alaya representan el karma, o el poder latente de nuestras acciones para producir efectos futuros.

El karma almacenado en la consciencia alaya tiene un efecto en las funciones de las primeras siete consciencias – podemos ver esto, por ejemplo, en la forma en que factores tales como nuestro país de nacimiento, nuestra lengua nativa, nuestras costumbres sociales, y el conocimiento y la experiencia que adquirimos dan forma a nuestra personalidad. La gente diferente reconoce y responde a las mismas cosas en formas diferentes, dependiendo de los diversos elementos que han conformado su personalidad. Una persona que ha vivido en circunstancias represivas, por ejemplo, puede revelarse ante la restricción más trivial y por lo tanto, ser incapaz de ver la vida con objetividad.

Nuestra percepción de la realidad está, obviamente, afectada por nuestras experiencias pasadas. Supongamos por ejemplo que usted fue mordido por un perro cuando era niño. Este evento pudo haber sido tan traumático que, aún ahora, se vea afectado por eso al grado que sienta verdadero terror cuando se encuentra hasta con un perrito inofensivo y amigable. La razón le dice que su miedo no tiene bases racionales, aún así el impulso de evitar a los perros surge de las profundidades de su inconsciencia cada vez que ve uno. Este tipo de reacción puede ser rastreado hasta el evento original que usted vivió y el cual quedó grabado en su consciencia alaya.

Para entrar a esto con más profundidad, encontramos que en las profundidades de nuestra consciencia alaya se encuentran un cúmulo de experiencias que hemos almacenado durante nuestras vidas anteriores, y que esta acumulación condiciona nuestra existencia presente. Por ejemplo, las diferencias inherentes en la personalidad de cada individuo pueden ser atribuidas a causas kármicas que tienen su origen en vidas pasadas. Así mismo, las causas kármicas pasadas determinan la condición en la que cada uno de nosotros nace. En el Sutra de la Flor de Guirnalda encontramos el siguiente pasaje: 

Referente a los diez actos malvados, quienes los cometen con mayor severidad, crean la causa para caer en Infierno, quienes los cometen menos severamente crean la causa para caer en el Hambre y quienes los cometen levemente crean la causa para caer en la Animalidad. De entre los diez, el acto de matar lo lleva a uno a Infierno, Hambre o Animalidad. Si esa persona renaciera en el estado de Tranquilidad (Humanidad), sufriría los dos tipos de retribución. Primero, su vida sería corta y segundo, sería muy enfermizo. 

El Sutra continúa describiendo todos los diferentes sufrimientos que padecerá la gente si comete uno o todos los diez actos malvados – el grado de sufrimiento será determinado por el acto que haya escogido cometer y por la forma en la que lo hubiera hecho.

Todas nuestras experiencias y acciones tanto en esta vida como en las anteriores, hayan sido buenas o malas o en algún grado intermedio, se acumulan como semillas en la consciencia alaya, y estas semillas predispondrán directamente nuestras acciones futuras. Ya que las semillas kármicas se encuentran solamente en un nivel muy profundo de la vida, no se ven afectadas por el mundo exterior. Aún así, existe una influencia recíproca entre las semillas que se encuentran en la consciencia alaya y los niveles superficiales de consciencia, donde se manifiestan los tres tipos de acciones – pensamientos, palabras y acciones –.

A diferencia de la consciencia mano, que funciona en el reino del ego individual, la consciencia alaya tiene un aspecto que la vincula con la vida de la demás gente. El karma se forma no solo por las acciones del individuo sino también por las acciones que dicho individuo realiza en asociación con otras personas. El karma creado y experimentado por un grupo de personas, más que por el de un individuo solo, se identifica en el budismo como karma “compartido” o karma “general”.

El estudioso del Majayana en la India, Nagarlluna, en sus Comentarios sobre los Diez Estados interpreta esta idea en relación con la existencia sensible y no sensible:

“Los seres sensibles nacen por virtud del karma individual, y los seres no sensibles, por virtud del karma compartido.” En otras palabras, la vida de los individuos manifiesta su existencia como consecuencia de sus acciones individuales, mientras que las formas de vida no sensible – tales como las montañas, los ríos y la tierra misma – derivan su existencia del karma compartido".

Cuando hablamos de “formas de vida no sensibles” estamos, en términos amplios, refiriéndonos al medio ambiente no sensible, el cual incluye no sólo el mundo natural sino también a la cultura social humana. En este contexto podemos decir que el tipo de cultura o país que tiene un pueblo, se deriva directamente de su karma compartido.

Así la consciencia alaya contiene no solo el karma individual sino también el karma común a nuestra familia, a nuestra raza, y aún a toda la humanidad. Por lo tanto, el reino de la consciencia alaya vincula ampliamente a todos los seres humanos, y en este sentido se puede decir que engloba la noción de “inconsciente colectivo” postulado por C. G. Jung y legada como parte de la ciencia de la psicología profunda. La teoría de Jung consiste en que cada ser humano posee la totalidad de la herencia humana dentro de los recónditos lugares de su propia psique – esto es, que cada uno de nosotros comparte con todos los demás seres humanos una psique común, la inconsciencia colectiva.

C. S. Hall, uno de los discípulos de Jung, analizó los miedos comunes entre los seres humanos con respecto a las víboras y la obscuridad y llegó a la conclusión de que dichos miedos no podrían ser totalmente explicados en términos de experiencias únicamente de la vida presente; más bien, dijo, las experiencias personales parecen meramente fortalecer y reafirmar los miedos que ya existen dentro de nosotros. Sugirió que los miedos a las serpientes y a la obscuridad son hereditarios – que son un legado de nuestros remotos ancestros – y que esto demuestra que la memoria ancestral de alguna manera es preservada en el profundo estrato de la psique individual humana. 

Llevando esto un paso más adelante, podría ser que nuestro inconsciente contiene no sólo los recuerdos de nuestros ancestros humanos sino también aquellos de nuestros ancestros pre-humanos. De hecho, podría ser que las huellas de todos y cada uno de los pasos en nuestra evolución pasada, están registradas en el nivel más profundo de nuestra mente individual.

Sin embargo, el budismo incursiona todavía más en las profundidades de la existencia humana, enseñando que la mente humana comparte un terreno común con todos los fenómenos – en todos esos fenómenos que son manifestaciones de la fuerza vital cósmica global, la cual está personificada tanto en la existencia del mundo sensible como en el insensible. La sabiduría del budismo, por lo tanto, ilumina no solo el inconsciente y la base en común compartida por los seres humanos y todos los demás seres vivientes, sino también la realidad expresada a través e la totalidad de los fenómenos del universo.

En virtud de que la consciencia alaya mantiene los efectos potenciales de todas nuestras acciones, tanto buenas como malas, no puede describírsele como intrínsecamente buena o mala. Ya que contiene tanto la pureza como la impureza, la consciencia alaya es el reino en el cual los poderes del bien y del mal llevan a cabo una lucha feroz. Por lo tanto, a menos que tanto el bien como el mal que existen en el terreno de la consciencia alaya estén incluidos en una dimensión más profunda, se mantendrán encerrados en una lucha eterna.

Esta reserva parece filosóficamente inaceptable, y por ello los budistas de las escuelas T’ien-t’ai y Juan-yen llegaron a postular la existencia de una novena consciencia, la consciencia amala, un nivel de la psique todavía más profundo que el de la consciencia alaya. La palabra sánscrita amala significa pureza, sin mancha o inmaculada, y así la consciencia amala obtiene su nombre debido a que permanece eternamente no contaminada por el karma.

La consciencia amala es en sí misma la máxima realidad incambiable de todas las cosas, y por lo tanto es el equivalente a la naturaleza universal del Buda. En este que es el nivel más profundo de la mente, nuestra existencia individual se expande sin límite para llegar a ser una con la vida del cosmos.

A la luz del pensamiento budista, debemos considerar la consciencia amala como el “yo superior”, el cual es eterno e inmutable: Despertando y desarrollando  esta consciencia pura y fundamental podemos resolver la incesante disputa entre el bien y el mal representados por la consciencia alaya y al mismo tiempo capacitar a nuestras otras consciencias para que funcionen en forma iluminada.

Nichiren Daishonin dio una expresión concreta a la consciencia amala – la realidad fundamental de la vida – en la frase Nam-miojo-rengue-kio, y le dio forma física a su iluminación con la vida cósmica original en el Gojonzon, el objeto de devoción, abriendo así un camino donde toda la gente pueda lograr la budeidad, manifestando el yo superior que está latente dentro de cada persona. Cuando veneramos el Gojonzon encontramos que brotan de nosotros la alegría y la determinación, enfrentándonos cara a cara con la realidad de que nuestra existencia  coexiste con la vida eterna del universo. Cuando nos dedicamos y basamos nuestra vida en esta realidad – la consciencia amala – todas las otras ocho consciencias funcionan para expresar el poder y la infinita sabiduría de la naturaleza del Buda.

Esto puede ser explicado en términos de lo que el budismo describe como las “cinco clases de sabiduría”. Cuando alcanzamos la consciencia amala, que corresponde a la “sabiduría de la naturaleza Dharma”, la octava consciencia (o consciencia alaya) se manifiesta en sí misma como el “gran espejo redondo de la sabiduría”, que percibe el mundo sin ninguna distorsión, exactamente de la misma forma en que un espejo perfecto refleja todas las imágenes con total veracidad. La consciencia mano – séptima consciencia – se manifiesta a sí misma como la “sabiduría indiscriminada” la cual percibe la naturaleza básica, común a todas las cosas sin ninguna discriminación entre ellas.

La adquisición de esta sabiduría nos capacita para superar nuestro ferviente apego al ego. La sexta consciencia se manifiesta como la “sabiduría para penetrar en lo particular”; a través de ella somos capaces de distinguir los aspectos individuales de todos los fenómenos, de tal forma que podemos tomar el adecuado curso de acción en todas y cada una de las situaciones que se nos presenten. Finalmente, las cinco consciencias se expresan a sí mismas como la “sabiduría de la práctica perfecta”: juntas nos capacitan para desarrollar el poder para beneficiar a los demás tanto como a nosotros mismos.

La novena consciencia y la muerte

El concepto de las nueve consciencias analiza los varios estratos de la vida humana y como simultáneamente arroja luz sobre la totalidad de estos estratos, puede con certeza contribuir de alguna forma a la solución de los problemas que actualmente estamos enfrentando, especialmente en los campos de la medicina y la psiquiatría. En años recientes, la gente involucrada en la medicina para la cura de las enfermedades psicosomáticas ha incorporado en sus terapias ideas budistas o estrechamente relacionadas con el budismo.

Por ejemplo, el Dr. O. Carl Simonton, radiólogo y oncólogo, utiliza una terapia que se asemeja al concepto budista de la compasión para ayudar a sus pacientes a superar el resentimiento y la mala voluntad. Primero, el Dr. Simonton hace que el paciente se forme una clara imagen mental de la persona hacia la cual siente ese profundo resentimiento; enseguida, le pide a su paciente que visualice a esa persona sucediéndole cosas buenas – por ejemplo, que se imagine a la persona objeto de su resentimiento recibiendo amor o atención o dinero o cualquier cosa que el paciente sienta que es lo que esa persona más quisiera.

Con frecuencia, como resultado de esta técnica de visualización los pacientes pueden superar sus propios sentimientos negativos. Shakyamuni, en sus primero años de prédica, enseñó una técnica de meditación en la cual la persona primero generaba pensamientos de compasión hacia sus seres amados y luego extendía éstos a la gente que realmente le disgustaba. De esta forma la persona puede aprender a manejar su ira, una de las mayores fuentes de desilusión y de deseos mundanos.

Creo que, presentando un punto de vista integrado de la vida y la muerte atravesando el presente, pasado y futuro, el budismo tiene mucho que ofrecer al campo de la ética médica con respecto a tales problemas, en asuntos tales como el de informar a la gente que su enfermedad se encuentra en etapa terminal, en la eutanasia voluntaria, en el trasplante de órganos, en la fertilización in-vitro y en asuntos relacionados con la ingeniería genética.

Es en relación con esto que debemos hablar sobre las funciones de las nueve consciencias en términos del ciclo de nacimiento y muerte.

La consciencia alaya a veces es llamada “la que no desaparece” debido a que las semillas kármicas acumuladas en ella no desaparecen en el momento de la muerte. Nuestra vida individual en la forma de estas ocho consciencias, continúa aún después de la muerte en el estado de ku o latencia, llevando con ella todo nuestro karma. Sin embargo, las primeras siete consciencias, todas las que funcionan activamente mientras estamos vivos, se retiran en el momento de la muerte a un estado latente dentro de la consciencia alaya. Podemos decir que todos los recuerdos, hábitos y karma acumulado en esta consciencia que se fueron registrando en cada momento de nuestra vida, conforman el yo individual o el marco de referencia de la existencia humana que pasa por el ciclo de muerte y renacimiento. Esta consciencia debe considerarse como el reino que entremezcla todas las causas y efectos que comprenden el destino individual de cada persona.

Mientras estamos vivos aquí en la tierra todas las primeras siete consciencias funcionan apoyadas por el tallo cerebral, el sistema límbico y las estructuras cerebrales superiores. En términos de neurofisiología podríamos quizá asociar la actividad consciente de la consciencia mano con el funcionamiento de lóbulo frontal de la corteza cerebral (o neocorteza).

Si por cualquier razón se destruyera la corteza cerebral, perderíamos el medio para manifestar nuestra actividad mental consciente aunque el tallo cerebral fuera capaz de mantener la vida a un nivel mínimo. Una persona que ha perdido la función cerebral no tiene forma de expresar emociones a través de su cuerpo ni de su mente. Todas las emociones – alegría, tristeza, ira, etc. – se sumergen, retirándose del dominio del consciente para encontrar refugio en la inconsciencia. Una persona en estado de coma no puede expresar deseos o emociones, aún así las profundidades de su psique abrigan una gran diversidad de corrientes mentales.

Aún cuando todas las funciones conscientes hayan sido interrumpidas, aún existe en las profundidades de la vida el impulso de seguir viviendo.

El budismo nos dice que, en el momento de la muerte, la vida sufre un cambio de estado manifiesto a estado latente, o del estado sensible al insensible. Existen tres etapas involucradas en este cambio. Primero, las funciones de las cinco consciencias se tornan latentes, pero la sexta consciencia continúa funcionando. En la segunda etapa la sexta consciencia se retira a la latencia, pero la consciencia mano se mantiene activa, manifestándose como un apasionado apego a la existencia temporal. En la tercera etapa la consciencia mano retrocede al estado latente dentro de la consciencia alaya. En los capítulos previos, cuando hablamos de la posesión mutua de los Diez Mundos (véase la página 125), vimos el concepto de tendencia básica de un ser, y este concepto es crucial si queremos entender la experiencia de la vida después de la muerte.

Durante la transición a la muerte, de lo sensible a lo insensible, nuestra capacidad para responder a los estímulos externos se vuelve latente y nuestra vida queda fija en el estado que hayamos establecido como nuestra tendencia básica. Por lo tanto, conforme se aproxima la muerte, somos menos y menos capaces de utilizar los medios mundanos para cambiar nuestra condición: en este momento ni la riqueza, ni el poder, ni el estatus social, tampoco el amor de los demás pueden ayudarnos, y aún los grandes pensamientos y filosofías, si las comprendimos sólo superficialmente y fallamos en hacerlas parte de nuestra vida, mostrarán ser totalmente inútiles para nosotros al enfrentarnos a una muerte inminente.

Conforme la vida pasa del estado manifiesto al estado latente, perdemos nuestro poder para influir en el medio ambiente o para ser influenciados por él y – así  como el agua pasa del estado líquido al sólido – nuestra tendencia básica se “congela”. Por ejemplo, la consciencia alaya de quienes hubieran establecido el estado de Infierno como su tendencia básica, se sumergirá en el momento de su muerte en el estado de Infierno inherente a la vida cósmica y ahí sufrirá futuras agonías. Una persona continuamente gobernada por los deseos en esta vida se sumergirá en el reino del estado de Hambre de la vida cósmica, para ahí atormentarse por todo tipo de frustraciones, y una persona inclinada hacia el estado de Animalidad, cuando su consciencia alaya se sumerja en la vida cósmica, experimentará un estado ininterrumpido de feroz Animalidad.

Por el contrario, una persona que ha creado en su vida en la tierra la tendencia básica bien sea de Tranquilidad o Éxtasis será capaz de superar el dolor físico de la muerte y experimentar un sentimiento de regocijo. La gente cuya tendencia básica sea el Aprendizaje o la Absorción disfrutará una profunda satisfacción espiritual y las personas en el estado de Bodisatva (aspiración a la iluminación) conservarán sus sentimientos de compasión y altruismo en la muerte como si aún estuvieran vivos y hasta  podrían ver su propia muerte como una oportunidad para servir de inspiración o para beneficiar a otros. Finalmente, el Estado de Buda, es el manantial de sabiduría, valor y compasión, y una persona que hubiera establecido firmemente este estado de vida, puede someter el miedo a la muerte hasta el punto de ser capaz de utilizarse a sí mismo para dirigir a otros a la iluminación.

Sin embargo, el valor y la compasión del Bodisatva y del Estado de Buda no pueden fingirse. La muerte exhibe implacablemente la cobardía, aunque nosotros nos hayamos ingeniado totalmente para ocultarla durante toda la vida. Cuando vemos a la muerte directamente a los ojos, es demasiado tarde para arrepentirnos de las cosas que pudimos haber hecho o dejado de hacer. Por lo tanto es esencial que nos esforcemos por vivir cada momento de nuestra vida de la mejor forma posible.

El budismo habla de tres tipos de sufrimiento; sufrimiento físico, producto del dolor físico; sufrimiento mental, que nace de la destrucción o de tergiversar la felicidad; y sufrimiento fundamental (o existencial), el cual surge de la impermanencia de todos los fenómenos. El miedo a la muerte, problema que la religión inevitablemente debe atacar, es un ejemplo clásico de este tercer tipo de sufrimiento.

El budismo está dirigido a liberar a la gente del miedo a la muerte guiándola a comprender la eternidad de la vida. Aquellos que han alcanzado el reino de la novena consciencia pueden enfrentar la muerte con un profundo sentido de alegría y satisfacción, habiendo comprendido la verdadera implicación del nacer y morir en términos del ámbito de la eternidad y por lo tanto con total confianza de su eventual renacimiento. A través de la práctica budista es posible lograr este tipo de actitud.

Las Nueve Consciencias y el Yo Humano

La palabra “yo” o “ser” con frecuencia es usada en un sentido negativo, implicando egoísmo o un comportamiento egocéntrico, pero este uso se refiere solamente a lo que en el budismo se conoce como el yo inferior.

Existe además el yo superior – el verdadero ser. Este trasciende al yo inferior y se expande para hacerse uno con el gran océano de la vida cósmica. La totalidad de la filosofía budista se centra en la idea de salir de la prisión del yo inferior para alcanzar el infinitamente amplio yo superior o verdadero ser. La teoría de las nueve consciencias se desarrolló como un medio para ayudarnos a alcanzar esta meta.

Si hurgamos progresivamente a mayor profundidad en la mente, desde su superficie exterior hasta la psique interna, o desde lo consciente hasta los niveles más profundos del inconsciente, encontramos que el ser ocupa una cantidad progresivamente mayor de espacio de vida. Las primeras seis consciencias, las funciones de la vida diaria de la mente consciente, son aquellas que el ser experimenta solamente en los primeros seis de los Diez Mundos – un ser cuyo espacio subjetivo es tanto superficial como transitorio. En estos estados estamos completamente atrapados en reaccionar a los eventos de la vida diaria; cualquier alegría que podamos experimentar en ellos puede ser destruida fácilmente en una tormenta de impulsos instintivos, deseos, emociones y fuerzas kármicas.

El Dr. Paul D. Maclean, científico investigador del gobierno de los Estados Unidos y autoridad en el campo de la evolución cerebral y el comportamiento, ha rastreado los impulsos instintivos y las emociones hasta el funcionamiento del cerebro primitivo o paleocorteza, y el cerebro mamalio o arquicorteza. Él explica que la función de la neocorteza es ejercer el control sobre la profusión de estos impulsos instintivos. Yo creo que la práctica budista nos capacita para elevar estos impulsos y desarrollar el poder para alcanzar los mundos más elevados: Aprendizaje, Absorción (Realización), Bodisatva y Budeidad.

Las funciones de las primeras seis consciencias están confinadas dentro de los límites del yo inferior. En contraste, las funciones de la séptima consciencia, la consciencia mano, nos permiten elevarnos más allá de nuestras reacciones inmediatas a las cambiantes condiciones dentro de los Seis Senderos para ver las cosas objetivamente, descubriendo un nuevo estado de vida en el cual nuestro espacio subjetivo se amplía grandemente.

Por lo tanto, puede decirse que las funciones de esta consciencia corresponden a las funciones de pensamiento de la gente que está en los estados de Aprendizaje y Absorción – incluyendo, por ejemplo, el tipo de pensamiento involucrado en el estudio de la creación abstracta y artística; y así estas funciones nos capacitan para  trascender el reino de los pensamientos cotidianos y el relativo poder superficial de discernimiento de la sexta consciencia. Por toda la historia la mayoría de los estudiosos y los artistas han sido gente que ha experimentado el despertar de la consciencia mano: la inteligencia que genera ha sido la fuerza que los lleva a buscar el conocimiento sobre las leyes que rigen a la sociedad, la historia, el universo natural y los diferentes tipos de expresión artística.

Sin embargo, el yo que emerge de la séptima consciencia y de los estados de Aprendizaje y Absorción aún no está libre de los impulsos ni de las catástrofes que gobiernan y rodean a una persona dominada por el ego – muy por el contrario; la gente en estos estados corre el riesgo de hacerse arrogante con respecto a sus logros, y fácilmente cae prisionero de la poderosa tendencia del apego al yo desarrollada por esta consciencia.

La octava consciencia, la consciencia alaya,  es un verdadero remolino de karma, bueno y malo. De acuerdo con un sutra budista, “Nosotros los mortales comunes creamos impedimentos kármicos día y noche llegando a  800,004,000  pensamientos”:  ya que no sólo nuestros pensamientos sino también nuestras palabras y deseos quedan registrados en este terreno, podemos ver que combina tanto lo bueno como lo malo o iluminación e ilusión – fuerzas opuestas trabadas en eterna lucha.

Esta perpetua competencia no puede ser resuelta  mediante los poderes de pensamiento que tienen las personas que viven en los mundos de Aprendizaje y Absorción. En este sentido, el terreno de los Diez Mundos que corresponde a la octava consciencia, es el de Bodisatva, quien combate la maldad que lleva dentro a través de sus esfuerzos para llevar a otros a la iluminación. En otras palabras, Bodisatva es el estado en el cual desarrollamos el poder de la compasión y formamos así el buen karma del altruismo, trabajamos para someter el karma negativo que ha sido gravado en el estrato interno de la vida – esto es, trabajamos hacia la auto reformación.

Solamente en el estado de Bodisatva, en el cual rompemos los muros del egoísmo y dedicamos nuestra vida al beneficio de los demás, podemos tener un efecto significativo sobre la consciencia alaya. Aún así, la consciencia alaya nunca puede estar totalmente libre de falsas ilusiones: la pureza total sólo se encuentra en la novena consciencia, la consciencia amala.

Nichiren Daishonin inscribió el Gojonzon como la personificación de la consciencia amala, o la realidad última. En su escrito “El Verdadero Aspecto del Gojonzon”, establece:

Jamás busque este Gojonzon fuera de usted misma. El Gojonzon existe sólo en la carne mortal de nosotros, las personas comunes que abrazamos el Sutra del Loto e invocamos Nam-miojo-rengue-kio. El cuerpo es el palacio de la novena consciencia, la realidad invariable que reina sobre todas las funciones de la vida.

La consciencia amala, la realidad última, cuya existencia se encuentra en forma potencial dentro de todas las formas de vida, se manifiesta cuando creemos en el Gojonzon y nos dedicamos a cantar Nam-miojo-rengue-kio. El Gojonzon es el objeto de devoción que personifica la consciencia amala, y al abrazar el Gojonzon comprendemos esta realidad dentro de nosotros. Comprendiendo la fuerza vital de la consciencia amala somos libres de usar las funciones de las otras ocho consciencias para mejorar nuestra vida y la de los demás.

Cuando nuestra vida está enraizada en la consciencia amala, puede manifestar el poder para transformar totalmente el engranaje de las causas y los efectos que conforman la consciencia alaya; esto se debe a que está basada en la iluminación y no en las falsas ilusiones. Igualmente, no podemos ser arrastrados por las funciones de las primeras ocho consciencias. A modo de analogía, un pedazo de madera flotando en un río está a merced de la corriente y pronto será arrastrado, pero aún la más poderosa corriente no puede arrastrar una isla hecha de roca.

El Daishonin escribe: “Base su corazón en la novena consciencia y su práctica en la sexta consciencia.”[2] Cuando anclamos nuestra existencia en nuestra fe en el Gojonzon y nos dedicamos a la práctica budista en nuestra vida diaria, podemos manifestar infinita sabiduría, poder y compasión y lograr una reforma interior fundamental. De esta forma, podemos establecer una base inamovible para la verdadera felicidad.

[1] Los Principales Escritos de Nichiren Daishonin, Vol. Uno, página 217

[2] Gosho “Sobre el Infierno y la Budeidad”, The Mayor Writtings of Nichiren Daishonin, Vol. 2, pág. 244

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